martes, 15 de febrero de 2011

LOS SUEÑOS



Los sueños fáciles de soñar, de esos que escondes bajo la almohada, suelen tener el contorno de las nubes rotas, traen tentación a besar su piel suave y después, sabor amargo a imposible.

Ella es de las que lo persigue todas las tardes, en cualquier jardín que todavía conserve algo de verano entre sus hojas, o donde el otoño dorado todavía no haya acabado de palidecer.

Un buen lugar para esconder los sueños. Va tirando de los minutos con sigilo hasta llegar al pie del árbol más alto y aparta con cuidado hojas, viento, recuerdos de otros sueños que se secaron, hasta sacar ese por el que vive ahora.
Luego recorre el jardín entero con él en las manos, posa de rama en rama sus ojos de otoño, que conocen la forma, el tacto de las ilusiones y a veces se para y suspira muy despacio y el viento besa esos labios que saben a imposible. Traza curvas con sus dedos sobre la decepción, aprendiendo de memoria su tacto, sus cicatrices, hasta que cae la noche y el jardín se vuelve azul.
Es el momento de esconder los sueños hasta mañana, de besar la piel dura de la realidad. Pero ella no es de las que abandona fácilmente. Siempre coge un trocito del sueño en forma de lágrima y lo mete en un bolsillo del invierno de su corazón.
Es tan solo un gesto cobarde.
Tan solo una excusa idiota.

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